
Un signo especialmente valioso de esta jornada fue el compartir fraterno, posible gracias al generoso apoyo de familias de 8° Básico de nuestra comunidad educativa, quienes colaboraron con alimentos y gestos concretos de solidaridad.
Esta unión de esfuerzos entre animadores, estudiantes y apoderados dio vida a una experiencia profundamente comunitaria, que refleja la esencia de nuestra espiritualidad: educar evangelizando y evangelizar educando.
El oratorio, como lo soñó Don Bosco, es mucho más que una actividad: es un patio donde encontrarse con los amigos, una escuela que educa, una parroquia que evangeliza y una familia que acoge. Allí, los jóvenes descubren el sentido de su vida sirviendo con alegría a los demás.
Agradecemos sinceramente a cada persona que hizo posible este regreso a La Pincoya. Seguimos caminando con esperanza, convencidos de que Don Bosco sonríe al ver a sus jóvenes vivir el Evangelio con alegría, generosidad y compromiso.